Microterror

Por una serie de recomendaciones indirectas llegué hace poco a Ajuar funerario, del peruano Fernando Iwasaki (Madrid: Páginas de Espuma [2004], 126 pp.). (El texto completo, en un formato distinto al publicado, está aquí). Ajuar funerario es un libro de micronarrativa: en 109 páginas de texto se acomodan 89 microrrelatos, ninguno de ellos de una extensión superior a las dos páginas, algunos de unas pocas líneas. Esto, en principio, me genera desconfianza; los microcuentos caen fácilmente en el género de los chistes o los forwards. Este fue el caso de por lo menos uno de los textos del libro; el resto logró un equilibrio cuando menos interesante con la economía verbal que el autor se autoimpuso.

Además de ser un libro de micronarrativa, Ajuar funerario es una obra de literatura de terror. O al menos ese es el propósito declarado (la contraportada dixit). Todos, o casi todos, los textos gravitan en esa dirección. Sin embargo, el registro que logran no siempre es el terror. Los temas son variados. Algunos microrrelatos son sobre la muerte (como “La casa de reposo” y “Vamos al colegio”). Algunos son principalmente crueles u obsesivos, involucren o no la muerte (como “Peter Pan” y “Los yernos”). Uno de ellos (“La silla eléctrica”), que compara la silla eléctrica con la del dentista, pretende ser un chiste; creo que debió haber sido extirpado de la colección. Muchos (la mayoría) involucran elementos sobrenaturales: hay cantidades de fantasmas (por ejemplo, “Papillas”), hay hombres lobo (“Última escena”), hay monjas caníbales (“Dulces de convento”) —y en general hay monjas malvadas por doquier—, hay vampiros (“Monsieur Le Revenant”).

Algunos textos entran en diálogos literarios: está “Del Diccionario Infernal del Padre Plancy”, que evoca el Devil’s Dictionary de Ambrose Bierce. Y está “El libro prohibido”, que se asocia de manera consciente con el libro infinito de “El libro de arena” de Borges, y que de hecho ejecuta algo que el narrador de Borges rechaza (“Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta”, había escrito Borges).

Una nota sobre los títulos. Algunos simplemente reiteran elementos de los microrrelatos: por ejemplo, “La mujer de blanco”, en un cuento en el que hay una mujer que se viste de blanco. Otros títulos dan información ausente en el relato, que los complementa: por ejemplo, “Halloween” nos ubica rápidamente en el tipo de celebración que el texto describe. Este es un uso eficiente de los títulos, importante ante la escasez de palabras; me recuerda el famoso poema de Pound (“In a Station of the Metro”). Otros títulos son más simbólicos: “Longino”, por ejemplo, en un texto que no menciona al autor del famoso tratado literario, pero que sí se refiere a la supresión del dolor.

Ahora, el lenguaje no siempre me pareció convincente. Me gustó esta idea: “Sobrevivir supone un mínimo de ilusión” (87); sin embargo, en general las narraciones no incluyen ese tipo de frases. Me gustó la descripción “luz asmática” (42); la enfermedad otra vez se asocia con la luz más adelante: “tuberculosa luz” (68). Otras comparaciones son menos afortunadas: “apesta como una muela podrida” (113) me pareció débil, tanto a nivel descriptivo como temático. Aquí está una frase que empezó bien pero que luego se perdió en un afán artificioso por decir algo sobre la vida: “Me entusiasmaba en cambio imaginar que, aún después de la muerte, mi corazón podía seguir latiendo, mis ojos gozando de la belleza y mis riñones esculpiendo filosos cálculos dentro de anónimos cómplices en ese juego irracional y materialista de aferrarse a la vida” (21). Lo de los riñones que esculpen cálculos me pareció ingenioso, pero no me llevé la misma impresión de lo que viene después, con la invocación innecesaria de un juego irracional y materialista.

En términos de la narración, a pesar de la brevedad de los relatos muchas veces me pareció que algunos elementos sobraban. Por ejemplo, la astuta combinación del mundo y la metáfora en “Father and Son” (64-65) se pierde con el último párrafo, que desperdicia la sensación de incertidumbre que se había generado. La última frase de “Violencia doméstica” (25) pareció dejarse tentar por un juego de palabras (con la palabra condenado), pero pudo haber terminado mucho mejor. En “Dulces de convento” (33-34), los últimos dos párrafos le dan un aire fallido de saga a un texto que hasta ese punto era acertadamente oscuro y ansioso. “El cuarto oscuro” (59) busca un efecto semejante al de un cuento de Vonnegut que describí hace poco, pero esto se vuelve demasiado obvio y a la vez se pierde con la admisión de que el narrador estaba describiendo una pesadilla.

A pesar de todo, es un libro entretenido, que te mantiene a la espera del próximo experimento, del próximo instante de terror, de la próxima voz narrativa. Me dejaron una mejor impresión “Del apócrifo Evangelio de san Pedro (IV, 1-3)”, “Última escena”, “Los yernos” y la secuencia de “La chica del auto stop” (tres textos en cadena). Tal vez el más completo podría ser “Última escena”, sobre una criatura que ha estado atacando una aldea. La última escena cuenta con un giro interesante (un doble giro, de hecho), y las escenas de destrucción son bien logradas. En todo caso, es alentador que la editorial Páginas de Espuma, una aliada del cuento desde hace años, ya pudiera reportar tres impresiones de este libro al año de haberlo publicado.

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